¿Saben quién es José Carlos Mariátegui?

La tumba del Amauta, en el museo-cementerio Presbítero Matías Maestro, muestra tallada la interrogante y también la definición del escritor y periodista francés Henri Barbusse: Mariátegui “es una luz de América, el prototipo del nuevo hombre americano”. El jueves 14 de junio pasado se conmemoró el 118 aniversario de su natalicio y visitamos la Casa-Museo del fundador del Partido Socialista peruano y de la Confederación General de Trabajadores del Perú, en el jirón Washington. Allí sostuvimos una breve charla con el filósofo Eduardo Cáceres.

¿Por qué recomienda, con especial énfasis, la lectura del ensayo de Mariátegui “Esquema de una explicación de Chaplin”?
Porque es un análisis sobre un artista de excepción que es absolutamente revelador. Nos muestra las conexiones entre Chaplin y su época: qué vínculos tienen esa actitud de burla, esa subversión de su personaje, con los procesos y movimientos de cambio en la sociedad moderna contemporánea. Se dice que hay dos trabajos de esa calidad y profundidad. Uno es el que escribió un historiador marxista e hispanista francés Pierre Vilar sobre Cervantes (“El tiempo del Quijote”), y el otro es precisamente el texto que le dedica Mariátegui a Charles Chaplin. Ambos sacan a la luz cosas que a uno le sorprenden.

Se dice que la izquierda peruana está muerta…
¡No, no! La izquierda peruana seguramente está con muchos problemas porque necesita renovarse, readecuarse. Pero precisamente por la potencia del pensamiento y la obra de José Carlos Mariátegui, necesitamos volver…

¿Volver a las fuentes del Amauta?
Sí, volver pero en el buen sentido. Leer o releer su obra para retomar su espíritu y juzgar el Perú, analizar nuestra situación, con esa mirada tan aguda que tuvo Mariátegui.

Hoy uno siente que la política peruana no tiene verdaderos referentes…
Pero no nos hemos olvidado solo de Mariátegui, también de Jorge Basadre, el propio Haya juvenil y tantos otros. El empobrecimiento de la vida política nacional tiene que ver, entre otras cosas, con el olvido de los fundadores de la vida política moderna peruana. Y en Mariátegui, en particular, encontramos esta voluntad de revalorar la tradición nacional como base para un proyecto de un Perú a futuro. Mariátegui fue muy consciente de la situación del Perú en el mundo, de la sincronía que debía tener el Perú con los procesos mundiales. Y en tercer lugar, el tema del protagonismo popular, su compromiso con los obreros y campesinos.

En las antípodas
Y fue precisamente el filósofo Eduardo Cáceres, quien tuvo a su cargo la charla sobre José Carlos Mariátegui en el jirón Washington 1946, casa donde pasó los últimos años de su vida el Amauta; que fue restaurada —¡ay, salvajes ironías peruanas!— por el ministerio de la Presidencia e inaugurada en el centenario de su nacimiento, el 14 de junio de 1994, por nada menos que el sentenciado por delitos de lesa humanidad Alberto Fujimori, a quien Mariátegui, sin ápice de duda, hubiera combatido a su manera: poniendo toda la sangre en sus ideas y acciones.

La edad de piedra de un moqueguano excepcional
José Carlos Mariátegui La Chira nació en Moquegua, en 1894. Uno de sus compañeros de generación (la del Centenario de la Independencia del Perú), el historiador de la República peruana, Jorge Basadre Grohmann (1903-1980), lo catalogaba como su máximo referente intelectual: excepcional modelo de lucidez dentro de condiciones completamente desfavorables: precaria salud, escasez de recursos materiales, ausencia de estudios formales y porque debió ingresar al mundo laboral a muy temprana edad.
A los  cinco años, se instala en Huacho, al norte de Lima, lugar de donde es originaria su familia materna. Sufre un grave accidente escolar que marcaría su destino; y el periodo de convalecencia de dilató durante cuatro años. Fue una etapa muy fructífera en cuanto a lecturas (y se cree que también reforzó su adhesión religiosa). Mariátegui, desde su infancia, mostró un talante muy peculiar que le permitió poner cara a las circunstancias adversas, tener una sed de conocimiento y ser un autodidacta pertinaz (aprende francés y escribe poemas de corte místico-religioso). Jorge Basadre al respecto señaló que por encima de todo está su genio, su capacidad extraordinaria de producción que ejerce una influencia decisiva sobre los escritores peruanos de su época y que sigue gravitando sobre la actualidad nacional.
En 1909, Mariátegui ingresa a La Prensa como operario, pero su tesón y talento le permitieron escalar rápidamente en dicho periódico. Dejaría dicho que todo buen periodista debe empezar su carrera escribiendo crónicas policiales, recomendando siempre el uso de frases cortas y sencillas para saber tender puentes con el público lector.
En 1915 coloca su grano de arena para la fundación del Círculo de Periodistas. Al año siguiente prueba suerte, con poca fortuna, en el teatro con Las Tapadas (obra que escribió junto a Julio de la Paz). Es por esta ingrata experiencia que nunca más retornaría a este género literario. Ese mismo año publicó algunos poemas en Colónida, célebre revista fundada por Abraham Valdelomar.

Escándalo nocturno
A fines de 1917, Valdelomar y otros artistas de la época concurren a medianoche al cementerio de Lima para presenciar la danza de la bailarina suiza Norka Rouskaya. El tema elegido fue la Marcha fúnebre de Chopin. Este hecho, como era previsible, alborotó el cotarro; sobre todo si recordamos que eran inicios del siglo XX. Se generó un debate periodístico y hubo un breve periodo de cárcel para los involucrados. Estos hechos hicieron que Mariátegui renunciara al Círculo de Periodistas por no encontrar el respaldo incondicional que buscaba de la directiva.
En 1919, funda el diario La Razón y apoya ardorosamente las reivindicaciones obreras. En represalia el gobierno de Leguía clausura el diario y lo envía a Europa, en una especie de exilio maquillado: se le otorgó el cargo de agente de propaganda del Perú en el extranjero.

Marxismo
A partir de 1920, en Italia, sus profusas lecturas y su avidez intelectual por sondear “el clima de la época” lo llevarían a formular interpretaciones originales sobre el marxismo.

El periodismo
“El periodismo es, en nuestra época, una industria. Un gran diario es una gran manufactura. La civilización capitalista ha creado un gran instrumento material; pero no ha podido crear un gran instrumento moral”.
En 1924 sufre una grave crisis de salud que pone en vilo su vida. Tuvo que sufrir la amputación de su pierna derecha. Desde la operación, tendría que movilizarse con la ayuda de una silla de ruedas. Buscaría entonces un ambiente espacioso y cómodo que hiciera las veces de vivienda, centro de tertulias y, a su vez, ambiente de trabajo intelectual.

Casa museo jirón Washington
En 1925 se muda a su última y más emblemática residencia: Washington Izquierda. En lo que hoy es un museo, que se puede visitar sin costo alguno, Mariátegui escribió 7 ensayos, Amauta y Labor y fundó el Partido Socialista peruano.
Su hijo, Javier Mariátegui Chiappe, recuerda que la biblioteca de Washington Izquierda fascinaba a dos bibliófilos consagrados como el tacneño Jorge Basadre y el arequipeño Honorio Delgado (1892-1969). Basadre recordaba que en era biblioteca en la que “se podía encontrar libros y periódicos sobre temas literarios, políticos y sociales que en ninguna otra parte de Lima había”.

Murió sin título a nombre de la nación
En 1925 también fue propuesto por los estudiantes universitarios para que dictara una cátedra. Pedido que, por supuesto, fue rechazado por el rector, pues el Amauta carecía de título universitario.
El 16 de abril de 1930, con apenas 36 años, fallece en la clínica Villarán.

¿Qué significa hoy reflexionar sobre Mariátegui?
El sociólogo Aníbal Quijano, en el prólogo de los 7 ensayos responde a la pregunta; “en el ámbito peruano es, ante todo, el testimonio irrecusable del rencuentro, cada día más profundo, después de varias décadas, entre el movimiento revolucionario de un proletariado que avanza a la conquista de su madurez política y de la dirección de las luchas de los más explotados peruanos, y la memoria del hombre a quien debe la contribución central al nacimiento de sus primeras organizaciones sindicales y políticas nacionales, y aún fecunda matriz de una teoría y de una orientación estratégica revolucionarias en la sociedad peruana […]. El proletariado peruano puede enorgullecerse legítimamente de haber nacido al socialismo revolucionario y de poder madurar, todavía, bajo las enseñanzas de un Amauta de esa talla, rescatando su primera y más perdurable lección: conocer y transformar la realidad dentro de ella misma. En este camino, el rencuentro con Mariátegui es un punto de partida”.

La procesión del Señor de los Milagros
Por José Carlos Mariátegui
Lima es una ciudad católica, pero no es una ciudad ferviente. No es una ciudad sentimental. Es solo una ciudad medrosa. Vive en ella la fe acaso por supervivencia de la tradición y por el temor a un desamparo misterioso, ignorado y temido. La población que llora en las misiones es una población pecadora y asentimental que le tiene miedo al fin del mundo y al infierno. Y es una población débil para el amor pero fácilmente accesible para la atrición.
Y estos días de su indecisa y apocada primavera exaltan de improviso su catolicismo y su piedad, y la hacen prosternarse humilde y rendidamente ante las andas del Señor Crucificado que la defiende de los temblores y la que la bendice desde el viejo muro de adobe sobre el cual pintó su imagen la mano rústica de un negro del coloniaje.
Las manifestaciones de fe de una multitud son imponentes. Dominan, impresionan,  seducen, oprimen enamoran, enternecen. La contemplación de una muchedumbre que invoca a Dios conmueve siempre con irresistible fuerza y honda ternura. El paso de la procesión del Señor de los Milagros por las calles de lima, produce una emoción muy profunda en la ciudad que se encuentra sorpresivamente invadida por un sentimiento ingenuo, sedante y religioso. […]. Pero singularmente, es grato e intenso gozarla cuando el rumor de la procesión, el canto de las campanas y el cristiano olor de sahumerio nos sorprende dentro del hogar, de improviso, súbitamente, en una hora vulgar en que el espíritu está lejos de la devoción y la piedad. Yo he sentido y he visto así la procesión. Yo he comprendido así lo que significa y lo que representa en la vida de la ciudad. Yo he amado así al instante en el que el espectáculo magnífico de un recogimiento tumultuoso y sonoro ha cohibido y enternecido de pronto mi corazón. […]. El cortejo del Señor de los Milagros es abigarrado, heterogéneo, inmenso, amoroso, devoto, creyente. Es aristocrático y canalla. Junta el dechado de elegancia con el ejemplar de jifería. Hay en él dama de buena alcurnia y buen traje, moza de arrabal, barragana de categoría, mondaria plebeya en arrepentimiento circunstancial, criada y fregona humilde. Y hay, por otra parte, varón pulcro y de buen terno, obrero mal trajeado y mal aseado mendigo plañidero, hampón atrito, gallofero fervoroso y campesino zafio y rústico, todo ellos codeándose sin disgustos grimas ni desazones.
Esquema de una explicación de Chaplin
Por José Carlos Mariátegui (Fragmento)
[…] El arte de Chaplin es gustado, con la misma fruición, por doctos y analfabetos, por literatos y por boxeadores. Cuando se habla de la universalidad de Chaplin no se apela a la prueba de su popularidad. Chaplin tiene todos los sufragios: los de la mayoría y las minorías. Su fama es a la vez rigurosamente aristocrática y democrática. Chaplin es un verdadero tipo de élite, para todos los que no olvidamos que élite quiere decir ‘electa’. […] Chaplin encarna, en el cine, al bohemio. Cualquiera que sea su disfraz, imaginamos siempre a Chaplin en la traza vagabunda de Charlot. Para llegar a la más honda y desnuda humanidad, al más puro y callado drama, Chaplin necesita absolutamente la pobreza y el hambre de Charlot, la bohemia de Charlot, el romanticismo y la insolvencia de Charlot. Es difícil definir exactamente al bohemio. Navarro Monzó —para quien San Francisco de Asís, Diógenes y el propio Jesús serían la sublimación de esta estirpe espiritual— dice que el bohemio es la antítesis del burgués. Charlot es antiburgués por excelencia. Está siempre listo para la aventura, para el cambio, para la partida. Nadie lo concibe en posesión de una libreta de ahorros. Es un pequeño Don Quijote, un juglar de Dios, humorista y andariego.

Fuente: Orlando Mazeyra Guillén omazeyra@siete.pe

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